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Balada del café triste

Balada del café triste

La semana pasada tuvo eco en los medios de comunicación el hecho de que el famoso cuadro de Edgard Hopper “Nitghthawks” vaya a ser transformado en obra de teatro de la mano del escritor Douglas Steinberg (puede verse la información de El País, del 4 de septiembre). El propio Mariano Gistaín se demoró en el asunto en su columna de El Periódico de Aragón.

 

Prácticamente todos los comentarios coincidían casi unánimemente en señalar el cuadro de Hopper como el más emblemático y representativo de la sociedad americana del siglo XX. Muy posiblemente sea así. Pero no deja de llamarme la atención que el emblema de esta poderosa sociedad no sea ninguna de sus brillantes obras expresionistas, ni los iconos pop, tan optimistas. Resulta inquietante que el símbolo artístico de esta sociedad “omnipudiente” sea la imagen de cuatro soledades dentro de una pecera, y que esta pecera sea un dinner, uno de esos bares americanos que abren toda la noche. Cuatro personajes silenciosos bajo la luz eléctrica, como sometidos a un interrogatorio –el del espectador, seguramente-, y rodeados de sombras callejeras. Cuatro insomnes, cuatro desubicados,  a los que Steinberg decidió hacer hablar hace ya 22 años, los que ha permanecido su obra sin estrenarse después de haber sido escrita. Lo que invita a pensar que la obra no debe de ser muy amable. Y también invita a pensar que la misteriosa inquietud que genera la contemplación del cuadro, el cosquilleo exitencial que produce en el estómago, el nudo de emotiva melancolía que cierra la garganta, no pertenecen únicamente a aquel año de 1942 (II Guerra Mundial batiendo alas y aniquilando la esperanza en la civilización) en que fue pintado. Todas esas sensaciones vuelven a encarnarse en el espectador contemporáneo, porque el cuadro ha trascendido su tiempo evidentemente. Es pues un clásico.

 

            La noticia de su conversión en obra teatral llegó a mí en forma de coincidencia. Porque en esos días he terminado un magnífico libro de relatos titulado “La balada del café triste”, escrito por otra estadounidense, Carson McCullers (1917-1967), más joven que Hopper (1882-1967), aunque rigurosamente contemporánea del pintor. Hopper era del norte, de Nueva York, mientras MacCullers nació en Georgia, pero yo creo que tienen algunas cosas en común, como por ejemplo la perplejidad y la síntesis.

 

            En el libro de relatos “La balada del café triste” hay dos de ellos que transcurren en cafés. El que da nombre al libro es un estupendo cuento que sucede en un café somero de un triste pueblo del sur estadounidense. Toda la vida de la pequeña ciudad pasa por ese café, cuya gigantesca dueña anda enamorada de un jorobado aprovechado y malintencionado. No hay salida y por eso el café termina como termina. El segundo se sitúa  en un café  más similar al  del cuadro de Hopper. Se titula “Un árbol. Una roca. Una nube”. Está ambientado exactamente en un dinner, un poco más tarde del amanecer. Como en “Nighthawks” nadie habla. Como en el cuadro hay un personaje que permanece apartado del resto. Hasta que entra un chico, repartidor de periódicos y, como si fuera la obra de teatro de Steinberg, los personajes cobran movimiento y el hombre solitario se convierte en el centro del mundo del dinner, mientras cuenta una hermosa y melancólica historia de búsqueda y de amor. Cuando lo leía no podía evitar que en mi cabeza la localización del relato fuera el cuadro de Hopper.

 

            La prosa de Carson MacCullers es casi poética. También muy clara, muy directa, muy transparente. Junto a los relatos citados, hay otros cinco, todos, creo, de gran envergadura literaria y todos ocupados por personajes muy especiales: la niña prodigio fracasada; el jockey maltratado; la profesora de música brillante pero lleno de nostalgia por una vida de acción; el exiliado, no sólo de su país, sino de los corazones de los demás; el marido enrabiado pero enamorado de su mujer alcohólica. Un universo lleno de interrogantes sin muchas respuestas que Carson MacCullers pinta casi con los mismos colores que usó Hopper.

 

            “La balada del café triste” de Carson MacCullers está publicado en castellano por Seix Barral, 2004.

6 comentarios

Magda -

Ah, ya comprendo, Luisa. Acá no es así, de México para arriba (USA, Canadá y Alaska) somos norteamericanos, luego existe Centro América y después sudamerica. Y todos somos americanos, de América el continente.

Pero está bien, hispanoamericanos o latinoamericanos es excelente. El término iberoamericanos no lo usamos, a veces se usa en algunas librerias, pero de españoles, pero los mexicanos casi no lo usamos. Es como México, allá lo escriben con j y para nosotros es increible porque escriben el sonido del fonema, no la letra con la que se escribe México (que viene de Mexitli, un dios azteca). En fin, es interesante y aprendemos muchos en este intercambio de saberes.

Un abrazo para ti.

Luisa -

Magda, gracias por la apreciación sobre el término "sociedad americana". Es una manía y una deformación que tenemos los europeos. Designar la parte por el todo cuando hablamos de Estados Unidos. Y más en España. Yo no hablaría de ti, ciudadana mexicana, como americana; siempre te llamaría hispanoamericana o iberoamericana:). Son coletazos ya sabes de qué. Resulta dificil reeducarse. Así que disculpas.
Yo tampo conocía a Carson MacCullers, pero me ha parecido una escritora muy buena. Buscaré más cosas de ella. Un beso.

Magda -

No conozco al autor, Luisa, jamás lo he leido y parece que vale bastante la pena. El título del libro me encantó.

Si creo que el cuadro de Hopper sea de los más emblemáticos y representativos pero de la sociedad estadounidense, no de América en general, del siglo XX.

Tengo una imagen adonde está Homero, el de los Simpson, exactamente en este cuadro, es excelente, un dia te la muestro.

Luisa -

Gracias a vosotros. Me ha parecido un libro ciertamente interesante.

Antonio -

No conozco la obra, pero voy a intentar leerla.¡Gracias por la sugerencia!

m ; ) -

gracias, qué bueno !