Historias sobre Pan de oro
La poeta Marta Navarro, autora de bellos y rotundos poemas, recientemente premiada en Cádiz, y una de las mantenedoras de Entrenómadas - junto a Julia y Ágata -, un blog revitalizador y comprometido, cuenta en sus comentarios al post "Leer un poco de Pan de oro" un par de historias a propósito de mi novela, que me han gustado mucho, y que hago ahora un poco más públicas. Espero que a ella no le importe que actúe de eco amplificador de esos comentarios.
Contaba un día acerca de las coincidencias entre el libro y su familia, que es originaria del barrio zaragozano de San Pablo, corazón de los escenarios de la novela. Hablaba también Marta de que su hermano, Martín Navarro García, dedicado al mundo de la música, acorta su nombre en "Martín García", el mismo nombre de uno de los personajes secundarios del texto, aquel pintor que hizo un retrato de su amigo, Pedro Milano, protagonista principal. Así que luego no me sorprendió cuando días después me cuenta que había comprado el libro, pero que se lo había secuestrado su madre. Al parecer la madre de Marta es una gran lectora, que husmea en su biblioteca cuando ella no está en casa. Vió el "Pan de oro" y comenzó a leerlo. Supongo que le llamaría la atención, como a Marta, el escenario conocido y que un personaje homónimo a su hijo apareciera por allí. Seguramente por eso lo raptó. Y ese rapto espontáneo me llena de alegría, porque me imagino que a la madre de Marta le empezó a gustar un poquito el libro. Mi agradecimiento, claro, y el de sus personajes, a los que a veces imagino - ¡qué boba! - un tanto huérfanos, ya lejos de mi. Veo que equivocadamente, porque va apareciendo mucha gente que los adopta.
Dejo otros párrafos del libro, que transcurren en otra ciudad, la pirenaica Jaca, en la que a estos personajes también les sucedieron algunas cosas importantes en sus vidas:
"Cuando vi por primera vez la catedral de Jaca comprendí la tribulación de Milano y lo que le preocupaba. Había tanto por hacer. Todo estaba patas arriba, medio en obras, y las naves laterales casi al aire, porque los incendios habíanse comido las techumbres de madera varias veces, y ahora se había decidido ponerles bóveda de piedra definitivamente. Además había que pensar bien cómo encajar el concepto que Pedro había trazado para la portalada en una iglesia donde todo todavía estaba igual desde hacia siglos, y, en fin, mil cosas, desde la traída de la piedra y la madera, el apercibimiento de las casas donde íbamos a trabajar, hasta - lo más importante, porque sin ello nada podría ser comenzado- cómo convencer al impasible señor conde Artal para que sacara los enterramientos muy antiguos que de su familia había adosados a la pared de la iglesia que era preciso derribar. Todo ello le quitaba el sueño en Zaragoza y nos llevó a un sin parar luego en Jaca. Así que en verdad que le comprendí, y aún más profundamente luego le entendí cuando conocí a Margarita.
Era por entonces, válgame el cielo, una mujer bien hermosa. Siempre tuvo suerte con las damas el viejo Milano, aunque él insistiera tercamente en lo contrario y en decir que nadie nunca antes había hecho cuajo verdaderamente en su corazón, aun reconociendo que hubieran sido muchos los lances y efímeras relaciones de las que también en Milán había disfrutado. Con los veinte y tantos años que yo tenía, menos vividos que lo habían sido los suyos, cuanto contaba al respecto me causaba admiración y alguna envidia, y además yo me preguntaba para mí, hoy lo confieso, con qué derecho aquel hombre ya algo enjuto y restañudo, de escaso porte, genio vivo, aunque amoroso, y bastantes años bregado aquí y allá, pudiera encandilar a una mujercita con tantas cualidades y pocos años. Margarita era incluso más joven que yo y ya digo que bellísima. Quedó prendada del milanés desde el principio, cuando se vieron las primeras veces en aquel verano de mil quinientos y dieciocho. Margarita aguardó tranquilamente su regreso, porque sabía que Milano se volvía a Zaragoza tocado también del mismo comezón. Era lista, además de guapa, vive Dios, y bien que lo demostró cuantas veces le cupo en su vida. Margarita tenía los ojos grises y brillantes como la niebla que el sol rompe. Era de estatura no pequeña y tan bien apañada en todas sus partes que más parecía que la hubiera esculpido y redondeado con sumo agrado la mano genial del más adiestrado imaginero que obra de la naturaleza, casi siempre en algo imperfecta. Ella no. Margarita era un regalo para un hombre como Pedro. Y para cualquiera, no lo niego. Su marido no alcanzó a hacerle justicia cuando le puso su rostro a la imagen de Santa Margarita que hay en la capilla de micer Lacasa. Tiene la santa parecido, pero apenas un reflejo de la belleza con que Margarita alumbró aquellos años. A veces yo también la imaginaba con su pelo de oro suelto, aunque ella siempre tan discreta lo llevaba en recogido y con toca que le cubría la cabeza casi por completo. La imaginaba así avanzando por la nave de la catedral, al mediodía, cuando a menudo venía a ver los trabajos en que nos hallábamos. Como un zagal sin seso me moría por ella. Mas jamás quebranté la lealtad que le debía a mi amigo, a mi casi maestro, a mi hermano mayor del alma. Mordí la llama y apreté los dientes, jamás dije nada, y en cuanto pude busqué remedio y hallé mujer que me salvara, la primera de las tres que he tenido, que fue más comprensiva de lo que hubiera debido y nunca habló, aunque bien yo sabía que vio con gran sagacidad lo que por mi corazón y mi cabeza andaba. Hasta que un buen día me curé de esa a modo de fiebre en la que me hallaba y conseguí mirar a Margarita sin bajar los ojos ni hincar los puños, recuperando en su presencia el sosiego y la razón, y aprendiendo poco a poco a quererla como a hermana puesto que era la esposa de mi compadre y hermano, y sin duda pude hacerlo porque en mis propios aposentos encontré más afecto que el que nunca había tenido y mi ser todo entendió la bienaventuranza de lo que había hallado, aun por camino torcido. Por desgracia, Inés murió pronto estando encinta de nuestro hijo segundo, apenas recién regresados a Zaragoza, según el médico dijo, seguramente, debido al viaje mismo que hizo ya en avanzado estado de buena esperanza y hallándose ella con la salud algo quebrantada, que nunca me he perdonando no haber retrasado la vuelta o por lo menos haberla obligado a permanecer en Jaca con su familia, puesto que a mí ya me apremiaba Joly, que me quería para que le ayudara en su parte de la imaginería del retablo mayor de Tauste, con gran enfado, claro, del señor Morlanes, que tenía la otra parte de la misma obra y que ya estaba en malas relaciones con el normando, con el que había roto una compañía que tenían, y por eso no había venido Joly con nosotros a Jaca. Está mal decirlo, pero yo era el mejor imaginero de ese obrador, y, al irme con Joly, el maestro Morlanes tuvo que hacer concordia para las imágenes de Tauste con aquel Juan de Salas, que yo conocía del taller de Forment, y que luego marchó del reino creo que a la isla de Mallorca. En fin, que me quedé solo con mi hijo Diego, enrabiado y doliente, añorando inmensamente a la que apenas había encontrado. Milano y Margarita fueron en aquella pena mi consuelo y mi apoyo, como siempre lo serían. Mi devoción por Margarita no disminuyó, al contrario creció, pero se transformó en un amor agradecido, pues a mi hijo y a mí nos asistió todos los días desde la muerte de Inés tanto en lo material como en cobijarnos espiritualmente, y eso creó aun más lazos de los que ya entre nosotros todos había, pero ahora como de más adentro, sabiendo ya que de una u otra manera íbamos a vivir nuestras vidas juntos, pasara lo que pasara. Y si hoy en mi mucha vejez me atrevo a contar algunas cosas como la dicha es porque sé que ni Pedro ni Margarita, donde estén, me lo van a tener en cuenta sino en todo caso como una prueba más de lo que me esforcé en honrarles y aún me obligo a ello. Pero no debo hablar tanto de mí." (Fragmento del capítulo "El compadre Berasátegui", en Pan de Oro, Mira Editorial).
* La imagen de la Catedral de Jaca está tomada de la estupenda web sobre el románico aragonés "La Guía digital del arte románico", que mantiene Antonio García Omedes.
17 comentarios
chm -
Luisa -
Magda -
Luisa -
Pero también es cierto que existe el problema comercial de las pequeñas editoriales. Es dificil que lleguen a muchos sitios. Bueno, seguiremos contándonos las cosas de las lecturas que nos gustan. Para eso también existe internet.
P.D. Acabaremos con un buen relato en torno a las amigas de la madre de la chica que escribe estupendos poemas y le secuestran el "pan de oro" mágico...
Un beso.
Marta -
Pues en la librería "Los portadores de Sueños" no sólo tienen el libro "Pan de Oro",sino que además hablan muy bien del libro.
ESTO LO HA COMPROBADO La hija de la madre que secuestra libros y luego se los pasa a sus amigas. Entre todas deben sumar 350 años.
Un beso,
Marta
Luisa -
Besos y gracias por buscar el libro.
M.M -
Si no está ya veremos si la puedo conseguir por correo o algo. No quiero quedarme con las ganas.
Besos.
Luisa -
Luisa -
Espero que el regreso desde el blanco limbro no haya afectado a las estructuras de "Inde-blog".
Besos, guapa.
Luisa -
Marisa -
Besitos.
inde -
jio -
cuando esté con pan de oro te llamo para charlar :P
besico mañica ;)
Luisa -
Luisa -
lamima -
Que coincidencia lo que cuentas de Marta Navarro, y que imagen la de esa mujer "robando" el libro a su hija; entiendo que estés orgullosa.
Eres una joya prenda, ah! y aplícate tu frase: "Era lista, además de guapa, vive Dios, y bien que lo demostró cuantas veces le cupo en su vida"
Entrenomadas -
Con la rapidez que tiene mi madre leyendo seguro que me puedo llevar tu libro de vacaciones. Espero que este año estés en la Feria del Libro. A ver cómo te quitas a mi madre de encima. Seguro que te va a preguntar muchas cosas sobre la historia de Pan de Oro, tu hermoso libro.
Ya verás, ya verás,
Un beso, Marta