En pocas palabras
Siempre hemos sabido cómo era la voz de Daniel. Siempre hemos jugado con él a decir palabras y frases, historias reales y cuentos, procurando tanto divertirle como estimularle. Es lo que se hace con todos los niños. Primero, aún muy pequeño, supimos que intentaba repetir sonidos y palabras sencillas en los que insistíamos. Y casi al mismo tiempo nos dimos cuenta de que a veces le surgían palabras imposibles para él, así de repente. Como aquella tarde -ya tendría cinco años (los logros van y vienen y los procesos en los niños con parálisis cerebral u otros problemas no pueden medirse en tiempo) - en que estábamos hablando su madre y yo y de pronto, en medio de la conversación, Daniel colocó, alto y clarito, el para él muy difícil de pronunciar nombre de su padre - Jorge.
Así hemos seguido, insistiéndole en determinados vocablos. Descubriendo otras veces sus incógnitas posibilidades de vocalización, que son un poco "guadiánicas" para nosotros. Fue absolutamente importante darnos cuenta -más o menos cuando tenía entre dos y tres años- de que entendía perfectamente no sólo todo lo que le decíamos expresamente a él, sino todo cuanto hablábamos entre nosotros en una conversación de ritmo normal y con toda clase de vocabulario. No era sencillo constatarlo: Daniel no sólo tiene dificultades para mover su laringe, además es un chico reservado y tímido. A veces parecía que sí. Otras, se abstraía insistentemente a nuestros requerimientos. Pero, un día le pillamos, riéndose ante una gracia dicha, por ejemplo, o lloraba por algo que no le gustaba oír. Otro día, de pronto intentaba contestar a alguna pregunta como a él le salía. Y otro después vimos que era capaz de conducirnos hacia algún lugar de la casa que le solicitábamos: reconocía pues además los espacios, los identificaba, los relacionaba. En fin, supimos con certidumbre que podíamos de alguna manera comunicarnos intencionadamente con él.
Una de las secuencias que más recuerdo de ese camino, en el que aún estamos, es una tarde, en el coche, de vuelta de su sesión de piscina, camino de casa. Yo conducía. Daniel iba atrás con su madre. Siempre hablamos mucho con él, ya lo he dicho, anticipándole los hechos, las acciones, contándole todo lo que se nos ocurre. De pequeño lo hacíamos constantemente, puede decirse. En esa ocasión yo le iba contando eso, que volvíamos a casa, y le preguntaba -un poco retóricamente, lo reconozco- si sabía quién nos esperaba en casa. Después de dos o tres veces de repetirme, de repente Daniel dijo: "Apu". ¡¡¿Apu?!! Preguntamos asombradas su madre y yo. Y ante la nueva pregunta él volvió a reiterar: "Apu". Apu era evidentemente papá.
Otra escena, particularmente preciosa para mí, es de un año anterior más o menos. Daniel tendría cerca de dos, entonces. Estábamos en casa. Era primavera y teníamos un enjambre de flores alrededor. Jugábamos a oír música y a cantar. En un arrebato de esos de cariño pastoso, le pregunté: yo, ¿quién soy? Y él, muy seguro, me contestó: "ia". La "t" no le sale bien. A veces la dice, otras no. Pero yo estoy feliz de ser desde entonces la "ia".
Y ahí seguimos. Ahora a mejor ritmo. Daniel es feliz charrando largas parrafadas, que no comprendemos muy bien, pero que intentamos entender cada vez un poco mejor. Todas las noches, a mitad de cena, tiene lugar el consabido discurso danielino, que deja a su madre a medio camino entre la felicidad, la risa, y la necesidad ansioso-maternal de que el retoño siga cenando y cene bien. No, todavía no entendemos mucho, -él va a su rollo- pero sabemos que en esos discursos está el germen de un posible vocabulario comprensible para nosotros, ya que cada vez tiene a bien pronunciar más palabras de éstas que nosotros, tan limitados, podemos entender. Sobre todo si le interesa mucho que le entendamos, como todos los niños, claro. La última gran adquisición ha sido "oreja": harto complicada, por cierto.
Todavía no son muchas esas palabras, pero para nosotros, las palabras de Daniel son preciosas. Por hermosas y por valiosas. Y sobre todo por el enorme esfuerzo que él tiene que hacer para decírnoslas y por la gran felicidad que le proporciona cada nueva palabra. Eso lo saben bien las logopedas.
(Claro que luego está toda esa comunicación que no necesita forma ni palabras y que Daniel conoce de manera asombrosa).
* La pintura es de Carmen Mar ©, una pintora y maestra, que cultiva las formas "naif", y la pongo porque lo que más le gusta a Daniel -además de los columpios- es la música. Casi toda la música; incluida la ópera o el ballet. Y esta pintura me ha parecido apropiada por su belleza ingenua y por el tema musical.
13 comentarios
Luisa -
inde -
Pero yo creo que el lenguaje, en este caso, debería ser "apu-dungu", ¿no? (Al padre seguro que le gusta especialmente...)
Luisa -
patri -
Contábamos con un lengua, pero ya sabíamos que el mapudungu no se puede traducir, porque es un idioma poético que se va creando en la medida que se habla; las palabras cambian, fluyen, se juntan, se deshacen, es puro movimiento, por eso tampoco se puede escribir. Si uno trata de traducirlo palabra por palabra, no se entiende nada. Inés del Alma mía (Isabel Allende)
A lo mejor tenéis vuestro propio mapudungu (la palabra se las trae!) complementado con gestos y, sobre todo, con mucho cariño. Un beso gordo para todos.
Luisa -
Un beso.
isabelbarcelo -
Luisa -
P.D. No he visitado mucho a mis amigos "blogueros" estos días. Me pongo enseguida el día. Y espero que ya estés bastante mejor.
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Ya sabes bien, Mima, que hace falta bastante de esa fuerza. Si algo he aprendido al lado de Daniel es que esa fuerza existe, aunque no sepamos muchas veces de donde sale. Sí, nuevos logros. Un poco más cada día y sin pensar nunca en metas absolutas. Besos, besos.
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Ya sabes, Marisa, mi debilidad (que es una buena parte de mi fuerza);). Besitos guapa.
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Mira, tío Fernando (también conocido como "tío selva";) yo ya sé bien que en ese rincón compartes muchas cosas con el muchacho: por ejemplo, a los dos os encanta la banda sonora de "Barry Lyndon" o el disco "Verges" de LLach, por no hablar del fútbol... Sabemos que estás ahí. Un beso.
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Se los doy, Miguel Angel, le daré esos besos, y le contaré que un estupendo fotógrafo y amigo dijo que en su último retrato "oficial" estaba muy guapo y muy mayor. Un beso para ti.
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Ya sé, Chema, que tú eres de los que se dan cuenta de ese estremecimiento del mundo cada vez que un niño aprende su nueva palabra: mundos que se van abriendo, caminos que se alzan. Es un gozo.
Besos.
chema -
miguel angel -
Fernando -
Marisa -
laMima -
Ahora ¡que la fuerza os acompañe!
Ybris -
Me emociona saber de sus logros en el difícil camino de la comunicación verbal.
El éxito siempre queda asegurado cuando no falta ese deseo constante de querer comunicarse con quienes quiere y él sabe que le quieren.
Para él hoy un fuerte y especial abrazo.