La Regenta (encuentros y desencuentros novelescos)
Encuentros y desencuentros novelescos son los que vivimos ciertamente a veces con determinadas personas. Pero yo he tenido, supongo que como muchos, auténticos y muy sufridos desencuentros y/o encuentros con algunos libros, que no se me han olvidado. Quizás el más sonoro, y que cuando se produjo causó estupefacción entre mis amigos, aficionados como yo a la literatura, fue mi originario desencuentro con La Regenta.
Hoy (no sé si hojeando u ojeando) las páginas de la biblioteca Cervantes Virtual he recalado en la edición digitalizada de la edición (perdón) de La Regenta de 1900, que tiene un prólogo fantástico de Benito Pérez Galdós. Dos de mis devociones literarias están así juntas, a mi alcance, en este bendito mundo virtual en el que ahora nos movemos (deben de quedar tan pocos ejemplares, supongo, que si no fuera por este bendito/maldito universo de Internet posiblemente nunca me hubiera tropezado con uno). Y aunque no es lo mismo, no, que tener el libro entre las manos y acarciar los relieves de los tipos, y oler las páginas, y colocarlo con amor en un estante de la librería, es con todo una satisfacción poder tener conocimiento aquella vieja edición.
Pero entre mi primer aborrecimiento por La Regenta y esta actual devoción hubo "una caída del caballo" que recuerdo perfectamente. La primera vez que intenté leer la novela tenía unos 17 o 18 años. No sé qué me pasó. Clarín, lo reconozco, me pareció un petulante insufrible (lo siento, lo siento). Pero, como otras veces, ha ocurrido, tuve una intuición. No podía ser, no podía ser. Y dejé el libro en una estantería que había colgada en la pared, encima de mi mesa de estudio, siempre cercano a mi brazo extendido. Tarde prácticamente dos años en volver a abrirlo (qué barbaridad). Era un mes de agosto como éste, o parecido. Yo andaba bastante sola por la ciudad, porque era agosto. Y una tarde, lo vi -estas cosas pasan-, vi el libro por dentro. Recordé el principio de la novela, la cogí, y volví a comenzarla y me enamoré: del lenguaje, de la descripción angustiosa de los ambientes sociales de Vetusta, del personaje de Ana Ozores, pero sobre todo del desgarramiento interior tan abismal del Magistral Fermín, al que admiraba por sentir lo que no debía y al que odiaba por ser un ruin cobarde. El Magistral es sin duda un personaje dotado de una complejidad psicológica pocas veces igualada. Hoy, no obstante, la lectura de la novela habría de ser otra, sin duda alguna, pero nunca ya he dudado de ella.
Eso es lo que tienen de bueno los libros. Con las personas es más dificil a menudo reconducir las situaciones mal entendidas en un principio. Tenemos más memoria y somos más reconrosos. Los libros siempre están disponibles.
Y todo ésto viene de alguna manera a cuento del comienzo del prólogo de Galdós para la edición de La Regenta: "Creo que fue Wieland quien dijo que los pensamientos de los hombres valen más que sus acciones y las buenas novelas más que el género humano. Podrá esto no ser verdad; pero es hermoso y consolador". Para mi no es un consuelo, pero a veces es un bálsamo.
* La imagen de Aitana Sánchez Gijon en el papel de Ana Ozores viene desde las páginas de la Universidad de Oklahoma (faculty-staff.on.edu)
4 comentarios
Luisa -
Ciertamente ésto de los encuentros y desencuentros con los libros de nuestra vida a veces es un misterio. Me da pena esos dos desencuentros tuyos, pero a menudo los caminos son los que son y nuestro empeño sirve de poco.
Por unos cuantos días veo el mismo mar que disfrutais por el sur. Mi envidia será siempre grande en este aspecto. Un beso.
Sali -
Sí ha vuelto hasta por tres veces a la estantería el Ulises de Joyce que me recomendó en mi época lectora un amigo de mi tía que escribe versos. El afán por descubrir y encontrarse entre los párrafos ya no es el que era, así que me temo que seguirá en el estante. Un abrazo desde el sur.
Magda -
Un abrazo, Luisa.
FERNANDO -