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Estamos bien

Estamos bien

 

 

        Todos tenemos derecho a ser felices y a estar contentos. Por muchos sinsabores, por duras que sean las condiciones de algunas vidas y lo difícil que se haga en algunas ocasiones sonreír y reír, todos tenemos derecho a sentirnos bien.

        Sin embargo, a veces parece que despertamos más simpatías  en los demás, cuanto más infelices somos. Dicho así, suena como una montaña derrumbándose. Bueno, no hay que asustarse. Quiero decir con más exactitud que a la gente nos  es seguramente más fácil comprender y compadecer la desgracia que el bienestar y la alegría. Todos esperamos más compañía en las malas rachas o ante algún doloroso acontecimiento, que ante un evento positivo. Será natural, será instinto, será pura necesidad egoísta. Será generosidad por parte de quien compadece y acompaña. Si pienso con malicia, será que se está mejor cuando el otro está un poquito peor. Ay, no quiero ser mal pensada. Perdón. Siempre hay gente verdaderamente compasiva (me gusta la palabra compasión y sus colegas:  compasivo, compadecer: cum patere).

        En fin, lo que quiero decir en realidad es que no me gusta oír expresiones como "qué pena", "qué pobre", "qué desgracia", referidas a la gente que tiene alguna discapacidad. Indudablemente, cada persona con discapacidad llevará su circunstancia vital mejor o peor. Esencialmente, lo mismo que le ocurre a cualquier persona que atraviese difíciles condiciones de vida, del tipo que sea, en un momento determinado o permanentemente. E igual podemos pensar respecto a aquellas otras personas de su entorno familiar y de amistad, que compartan con la persona discapacitada sus empeños. No puedo y no debo hablar por las personas con discapacidad - yo no la tengo. Aunque he oído y leído algunas de sus opiniones y no creo andar muy lejos de sus posturas, expresándome como lo hago. Sí puedo hacerlo sobre cómo se sienten quienes están al lado de alguien con alguna diversidad funcional. Y puedo asegurar que tienen sus ratos mejores y peores, como todo el mundo. Que una vez asumida la cuestión (y eso es lo fundamental, creo),  quieren reír, sentirse cómodos, ser felices, divertirse con las cosas que les gustan y llevar una vida lo más normal posible. Que no es fácil, seguro. Que muchas cosas se ponen difíciles, también. Pero no viven en el marasmo de una permanente desgracia. O al menos no todas y no siempre y desde luego no obligatoriamente.

        Y esto lo digo, porque hay gente que se empeña en que la familia que tiene un discapacitado en su seno no puede ser sino tremendamente infeliz, desgraciada, vivir en una continua depresión. E incluso he llegado a oír, al intentar rebatir ese extremo, que no puede ser, que lo que ocurre es que ellos simplemente aguantan lo que les echen, como santos Job, y disimulan - más o menos, (no me lo dicen tan crudamente). A ellos, les pido nada más que dejen de dramatizar, por favor. Que esa extremada y retorcida compasión no es la que se necesita. La compasión que urge es la de la compresión, la de compartir la vida día a día, la de hacer las cosas lo más normales posibles, como siempre insisto. De manera que si alguna vez decae algo el ánimo, llegue el apoyo también con normalidad. No me cansaré de repetirlo: normalidad, normalidad, eso sería lo deseable en todos los casos.

        Nosotros, de momento, estamos bien, gracias. Y gracias por estar alegres con nosotros y tirar para adelante, como todos.

* La ilustración es de Javier Solchaga © y ha sido realizada para la "Guía didáctica de la discapacidad para Primaria"

 

8 comentarios

Luisa -

Tienes razón, Chema, en lo de la chispa de la rebeldía y la complicidad. Pero eso creo nos sucede un poco a todos en nuestras vidas. Seguramente en la discapacidad o en situaciones más difíciles de la vida, más. Precisamente porque son más complicadas.

Qué estupenda tu madre. Esas cosas son las que te enseñan en un minuto más que años de vida. ¡Qué intensidad en un simple deseo y en su realización! ¡Cuánta vida detrás de un simple gesto, cuánta experiencia!
Un beso.

Chema -

Durante los ultimos seis meses de vida de mi madre descubrí lo feliz que era ella cuando, en contra de todas las prescripciones médicas, desayunábamos chocolate con churros. Ella quería normalidad y los de alrededor, a veces, no sabíamos vivirlo así. Quizá para los enfermos y discapacitados, un poco de rebeldía con complicidad supone la chispa que les hace vivir con normalidad, a ellos y a los que los rodean. Porque yo creo que vivir es hacer lo de todos los días sin dejar de estar abiertos a la sorpresa, al color en un fondo gris, a la música en el silencio, al poema en medio de una soporífera clase magistral.

Luisa -

A veces, Ana, se produce una mezcla de sentimientos y actitudes en todo estos temas de la empatías y las compasiones. Yo no rechazo ni la ayuda, ni la colaboración, ni la empatía. De hecho, no tengo problema en compartir la realidad que me rodea con otros. Lo que ocurre es que es muy dificil conseguir la "normalidad". Es frecuente o que la gente "pase", -mejor no saber que saber que no todo es fácil ni estupendo o que no son sólo sus problemas los que existe-, o que se produzca el otro fenónemno, ese que describo en el post. En fin, tiempo al tiempo. Hay mucho camino por recorrer en muchos aspectos.
Besos, Ana.

ana a. -

Es que todos queremos justificar nuestra vida, y creernos que nuestra opción o nuestra suerte es lo mejor. Por eso, tal vez, hay mucha gente que se consuela con las desgracias ajenas. Y ocurre que muchas veces esas desgracias solo lo son en apariencia, para los demás. Cuando uno vive la "desgracia", a veces lo hace tan intensamente que es una bendición: le ha dado la oportunidad de poder vivir, vivirla, tal vez por primera vez. Besitos.

Luisa -

Eso mismo, lo de la resignación, es que me crispa... Pero a veces es difícil hacer entende que aceptar una situación no es resignarse, que luchar por mejorar no es estar frustrado, que la vida tiene muchas, muchas cosas en todas las situaciones que nos podemos encontrar.
La gente con discapacidad tiene todo el derecho a ser tratada con normalidad. Lo que ocurre es que a los demás nos cuesta aceptar que sus condiciones sean normales.
Besos, besos.

lamima -

Juraría que te había puesto un comentario esta mañana aquí..
Venía a decir que lo que uno espera en estas circunstancias, excepto los cenizos que se resignan (no soporto esa expresión),es normalizar. Seguir adelante con la VIDA y eso conlleva reír, hacer bromas,..utilizar la cabeza para más cosas que autocompadecerse. Y además que es posible y bueno hacerlo.
Hace falta mas empatía Luisa, más ponerse en el lugar del otro para comprenderlo, asumirlo. Así sabrían muchos como actuar con nosotros ¿verdad?
Besicos otra vez

Luisa -

De acuerdo con lo que dices, Ybris. Esa experiencia que cuentas ilustra bastante bien una buena parte de las sensaciones que yo igualmente percibo. Acompañar, estar ahí cuando se necesite, y echar una mano con naturalidad, sin sobreprotecciones, en la justa medida. Esta medida siempre será, llegado el caso, algo mayor que en situaciones "convencionales", pero todos debemos entender que esa es la normalidad que vive el otro con discapacidad. Es muy díficil, lo sé. Pero en parte es dificil porque es un ámbito que en general desconocemos.
Gracias por esta ahí.
Un beso.

Ybris -

Tienes mucha razón.
Cuando uno se acerca a los discapacitados lo necesario es ese "sentir con" del que vienen compasión y simpatía.
Sin agobiar con la obsesión de su incapacidad y sin el engaño de hacerles creer sin limitaciones.
Mucho tuve que discutir de esto con un compañero ciego de la Facultad al que la explosión de un frasco de pólvora de cohetes le había privado de la vista y de la mitad de sus dedos desde su niñez.
Se empeñaba en que podía hacerlo todo solo hasta que tropezaba con la media hoja cerrada de la puerta del aula o se equivocaba de autobús.
Cuando yo le decía: "Pues ahora te jodes por gilipollas", él (cuando se le pasaba el cabreo) me replicaba: Prefiero que me hables así a que me demuestres pena. Hay veces en que uno se cree más de lo que es.
Claro que eso sirve para todos.

Besos.