Días de playa y horas - 3 /Cambrils
Yo sé que hay lugares y playas más hermosos. Pueblos más adornados o de calles más bellas. Sé que hay sitios insólitos y escondidos donde anidar en la naturaleza. Sé que no es el mejor pueblo del mundo. Pero Cambrils es algo más que un lugar de veraneo. Por lo menos para muchos que hemos hecho de esta tópica villa de playa (sobre todo entre los aragoneses) algo más que ese tópico. Cambrils es un pueblo vivo, verano e invierno. Con gente tremendamente hospitalaria en verano y en invierno. Como en todas partes, en Cambrils ocurre cosas buenas y malas, y como en todas partes en este territorio penínsular, tan codiciado en sus orillas, ocurren desmanes urbanísticos. Sin embargo, el puerto conserva una de las líneas de costa urbana sin duda más bellas del litoral mediterráneo. Ver atardecer en Cambrils , el sol bajando las montañas y las fachadas marinas en sombra, mientras el mar carraspea satisfecho, es uno de los placeres que siempre se recuerdan luego, tierra adentro -y eso que sobre el padre Ebro suceden algunos de los anocheres más tremendamente maravillosos que yo he contemplado nunca-.
Agosto no es el mejor mes para vivir en Cambrils. El pueblo y el puerto están mucho más hermosos en primavera y en otoño. Y el sol y el mar son más generosos entonces con quienes nos acercamos en cuanto podemos a pisar estas arenas de lento hundimiento. Hay mañanas de marzo a mayo tan esplendorosas a la orilla de las aguas que una quisiera echar raíces junto a uno de los juncales que todavía se conservan. En esas mañanas de playas casi desiertas y viento fresco se agradecen los bancos del paseo frente al mar -blancos como las velas de los barcos- donde ramonear y pasar con lentitud las hojas de los periódicos. O se agradece pasear casi en soledad por la larga costa, lentos pasos bajo la luz que canta melodías alegres y meláncolicas, como una sonata barroca. Y cuando el invierno se acerca, con amenazadora oscuridad, Cambrils se convierte siempre en sinónimo de claridad, de horizonte abierto, de cálidos mediodías al carasol del jardín.
En Agosto todo ésto es más dificil. El olor a sal se confunde con los afeites, los bálsamos, las cremas. El ruido de las olas se sumerge bajo la bullanga de las voces francas y radiofónicas, bajo los motores de los automóviles, de sus atronadoras y desagradables bocinas. Hay demasiada paella y demasiada sangría. Demasiada sombrilla multicolor. Sin embargo siempre quedan rincones menos accesibles en los que poder quedarse a solas, o en buena compañía, con las amigables olas mediterráneas, con las hileras de suaves barquitos que asoman constantemente por el horizonte, con tu mirada de nuevo abierta al mar. Y siempre es posible también acercarse al mar al atardecer, cuando la mayoría de la gente prefiere perderse en tiendas y otros quehaceres, y esperar a que el sol se encienda tras los montes para luego, parsiomoniosamente, emprender el regreso a casa.
2 comentarios
Luisa -
Javier -
Siempre es posible encontrar el encanto de todo lugar, aunque ello suponga vivir a contrahorario.
Tarragona y alrededores siempre me muestran su lado más bello. Tan sólo es necesario dejarse llevar.
Saludos Luisa. ;)