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Letras y artes

Balada del café triste

Balada del café triste

La semana pasada tuvo eco en los medios de comunicación el hecho de que el famoso cuadro de Edgard Hopper “Nitghthawks” vaya a ser transformado en obra de teatro de la mano del escritor Douglas Steinberg (puede verse la información de El País, del 4 de septiembre). El propio Mariano Gistaín se demoró en el asunto en su columna de El Periódico de Aragón.

 

Prácticamente todos los comentarios coincidían casi unánimemente en señalar el cuadro de Hopper como el más emblemático y representativo de la sociedad americana del siglo XX. Muy posiblemente sea así. Pero no deja de llamarme la atención que el emblema de esta poderosa sociedad no sea ninguna de sus brillantes obras expresionistas, ni los iconos pop, tan optimistas. Resulta inquietante que el símbolo artístico de esta sociedad “omnipudiente” sea la imagen de cuatro soledades dentro de una pecera, y que esta pecera sea un dinner, uno de esos bares americanos que abren toda la noche. Cuatro personajes silenciosos bajo la luz eléctrica, como sometidos a un interrogatorio –el del espectador, seguramente-, y rodeados de sombras callejeras. Cuatro insomnes, cuatro desubicados,  a los que Steinberg decidió hacer hablar hace ya 22 años, los que ha permanecido su obra sin estrenarse después de haber sido escrita. Lo que invita a pensar que la obra no debe de ser muy amable. Y también invita a pensar que la misteriosa inquietud que genera la contemplación del cuadro, el cosquilleo exitencial que produce en el estómago, el nudo de emotiva melancolía que cierra la garganta, no pertenecen únicamente a aquel año de 1942 (II Guerra Mundial batiendo alas y aniquilando la esperanza en la civilización) en que fue pintado. Todas esas sensaciones vuelven a encarnarse en el espectador contemporáneo, porque el cuadro ha trascendido su tiempo evidentemente. Es pues un clásico.

 

            La noticia de su conversión en obra teatral llegó a mí en forma de coincidencia. Porque en esos días he terminado un magnífico libro de relatos titulado “La balada del café triste”, escrito por otra estadounidense, Carson McCullers (1917-1967), más joven que Hopper (1882-1967), aunque rigurosamente contemporánea del pintor. Hopper era del norte, de Nueva York, mientras MacCullers nació en Georgia, pero yo creo que tienen algunas cosas en común, como por ejemplo la perplejidad y la síntesis.

 

            En el libro de relatos “La balada del café triste” hay dos de ellos que transcurren en cafés. El que da nombre al libro es un estupendo cuento que sucede en un café somero de un triste pueblo del sur estadounidense. Toda la vida de la pequeña ciudad pasa por ese café, cuya gigantesca dueña anda enamorada de un jorobado aprovechado y malintencionado. No hay salida y por eso el café termina como termina. El segundo se sitúa  en un café  más similar al  del cuadro de Hopper. Se titula “Un árbol. Una roca. Una nube”. Está ambientado exactamente en un dinner, un poco más tarde del amanecer. Como en “Nighthawks” nadie habla. Como en el cuadro hay un personaje que permanece apartado del resto. Hasta que entra un chico, repartidor de periódicos y, como si fuera la obra de teatro de Steinberg, los personajes cobran movimiento y el hombre solitario se convierte en el centro del mundo del dinner, mientras cuenta una hermosa y melancólica historia de búsqueda y de amor. Cuando lo leía no podía evitar que en mi cabeza la localización del relato fuera el cuadro de Hopper.

 

            La prosa de Carson MacCullers es casi poética. También muy clara, muy directa, muy transparente. Junto a los relatos citados, hay otros cinco, todos, creo, de gran envergadura literaria y todos ocupados por personajes muy especiales: la niña prodigio fracasada; el jockey maltratado; la profesora de música brillante pero lleno de nostalgia por una vida de acción; el exiliado, no sólo de su país, sino de los corazones de los demás; el marido enrabiado pero enamorado de su mujer alcohólica. Un universo lleno de interrogantes sin muchas respuestas que Carson MacCullers pinta casi con los mismos colores que usó Hopper.

 

            “La balada del café triste” de Carson MacCullers está publicado en castellano por Seix Barral, 2004.

Nuevo número de El Cronista de la Red

Nuevo número de El Cronista de la Red

Un nuevo número-versión de El Cronista de la Red ya está en Internet. Un poco tarde en esta ocasión, pero ya se sabe que nunca es tarde si la dicha es buena, y es una alegría reunir en una revista a tantos amigos y a tantos colaboradores tan bien dispuestos. Muchas gracias a todos, por supuesto. Y un especial agradecimiento al webmaster de Aragoneria, Javier Mendivil, que nos aloja.

En este número (ya el doce, lo que no es poco para una publicación de estas características y tan "artesanal" como es esta nuestra) podéis encontrar un puñado de buenos trabajos: relato y fotografías de Carlos Manzano; poemas de Rolando Mix, Rafael Lobarte y Fernando Sarría; narraciones de Silvia Martínez y Anamá Martínez; fotografías de Miguel Angel Latorre; acuarelas de Carmen Mañez; impresiones gráficas y relatadas sobre Perú; la sección Sobrenombres dedicada en esta ocasión a Pablo Gargallo y al Palacio Argillo; una reseña sobre el disco "Mô" de Joan Manuel Serrat, con trocitos de algunas de las mejores canciones; reseñas sobre libros aragoneses; la sección de Nuevas Miradas, con los dibujos del niño Segio Mañez.

Todos los que hemos colaborado, esperamos que la disfrutéis: http://www.aragoneria.com/cronista

 

*La imágen es una parte de la portada de El Cronista de la Red, versión 12, realizada con las fotografías de Carlos Manzano

Centenario de la concesión del Premio Nobel de Medicina a Santiago Ramón y Cajal

Centenario de la concesión del Premio Nobel de Medicina a Santiago Ramón y Cajal

Este año se cumplen cien  de la de la concesión a Santiago Ramón y Cajal del Premio Nobel de Medicina. No han sido muchas las voces que se han alzado a lo largo de estos meses para recordarlo, pero aún queda tiempo (no será hasta el 10 de diciembre cuando se cumpla el aniversario de la entrega del premio).  Hoy en Heraldo de Aragón, dentro del enjundioso repaso que Antón Castro hace a la programación artística y cultural aragonesa para este curso, se anuncia la muestra que recogerá el Centro de Historia de Zaragoza acerca de este importantísimo centenario. El cartel de la Feria del Libro de Zaragoza de este año, obra de Chema Lera ©, ya recordaba la efémerides.

Rescato ahora el texto que construí en su día para El Cronista de la Red (versión 8.0):

 

  Santiago Ramón y Cajal tiene cincuenta y cuatro años cuando le entregan el Premio Nobel de Medicina, el 10 de diciembre de 1906. Su éxito, esforzado, trabajado y muchas veces torpedeado y negado, no deja de contener evidentes paradojas vitales y profesionales, seguramente porque su arrolladora e inquebrantable voluntad y su brillante inteligencia en buena manera las provocaron. A lo largo de esos más de cincuenta años de vida, cuántas cosas se habían sucedido, cuántas instantáneas acudirían acuciantes a la mente de Cajal mientras los discursos y los parabienes se sucedían en una ceremonia rimbombante, que a él le importaba poco y a la que estuvo a punto de no acudir. Seguramente por dos razones: una, porque el premio se lo habían concedido a medias, o sea compartido con el italiano Camilo Golgi, quien siempre habíase opuesto a las teorías y conclusiones de Ramón y Cajal ; otra, porque el viaje no dejaba de ser una extorsión para sus planes de trabajo. Y esto ya nos habla de dos de los rasgos del carácter de este hombre sabio, el orgullo y la laboriosidad, su inagotable capacidad de trabajo.

A Ramón y Cajal le otorgan el Nobel por descubrir la independencia de las células nerviosas y por establecer el contacto funcional por el que las neuronas se comunican entre sí. Era un hito en la ciencia mundial, aunque Cajal quizás no alcanzara a imaginar, ni aun con el Premio Nobel ya en su vitrina, las repercusiones que su trabajo iba a tener en la evolución de las neurociencias, de las que es considerado padre indiscutido. En su momento los resultados obtenidos por él a solas en su laboratorio fueron comparables a cincuenta años de investigación mundial.     Hoy, casi setenta años después de su muerte, sigue siendo citado en todas las bibliografías y lo es en una proporción mayor a cualquier otro científico. Hecho insólito en la ciencia contemporánea, en la que la vigencia de las teorías es notablemente efímera. Y lo más extraordinario de los logros de Cajal es que sus correctísimas y decisivas conclusiones fueron formuladas teóricamente mucho antes de que la tecnología pudiera demostrarlas empíricamente. No fue hasta 1954 cuando el microscopio electrónico permitió observar por primera vez una sinapsis, es decir la comunicación por simple contacto entre dos unidades neuronales. Y hasta 1963 no quedó demostrado el hecho de que cada neurona es irrepetible, no sólo por su morfología, sino también por el tipo de conexiones específicas que establece.    

 Y todo ello fue obra de alguien para quien uno de los maestros escolares de su niñez auguró un escaso futuro: "parará en presidio, si no lo ahorcan", sentenció don Vicente Ventura al desesperado padre de Santiago , sin comprender que su curiosidad desbordada, su rebeldía orgullosa y su tenaz inconformismo llevarían a aquel zagal indomable a avanzar en el futuro más allá del límite del conocimiento de su época. A decir de otro grande, Severo Ochoa, "comparables a Cajal solamente Galileo, Newton, Darwin y poco más".           

Una de las paradojas de la vida de Ramón y Cajal fue que siendo desde el inicio un gran dibujante terminara siendo un eminente científico. Es más, fue su habilidad artística, junto a su aragonesa capacidad de cuestionarlo todo, la que en parte le permitió elaborar sus sistemáticos estudios de la microorganización del sistema nervioso.Cajal veía en el microscopio y dibujaba; volvía a mirar y corregía. Así una y otra vez hasta que todo encajó y logró entender lo que sucedía con las células nerviosas. Y lo hizo con la misma tenacidad con que en su niñez seguía dibujando por paredes y puertas, por troncos y piedras, cuando le quitaban el papel como castigo a alguna de sus poco recomendables andanzas infantiles.Y fue el dibujo quien al final sometió al diablillo. Esa fue la llave que encontró el no menos obstinado que su hijo, don Justo Ramón, para hacerle entrar por el mundo de la medicina, procurando su afición a la anatomía en primer lugar y después a la histología. Y fue el dibujo el que en parte le salvó durante su amarga experiencia en Cuba, de donde volvió como de la muerte, con tan sólo veintitrés años, muy enfermo de malaria y disentería, y ya conocedor de las razones, casi nunca loables, que mueven al mundo, al poder y a los hombres que tienen el poder, sea éste cual sea. A ese tren ya nunca quiso subir Cajal , quien incluso rechazaría en una ocasión, en 1906, el mismo año de la concesión del Nobel, el cargo de Ministro de Instrucción Pública, a pesar de su compromiso persistente e inquebrantable con la renovación del sistema educativo del país, bien visible en numerosos escritos al respecto y especialmente en su colaboración con la Residencia de Estudiantes de Madrid, y desde luego en el cuidado que ponía en atender y formar a todos sus discípulos y ayudantes. Los cargos que desempeñó carecieron siempre de entidad política y los asumió como necesarios para el desarrollo de sus trabajos y de sus preocupaciones sociales.     

A Cuba, (donde tuvo el peor destino: la Trucha de Júcaro en Morón) le llevó el ejército, del que se hizo médico por oposición, una vez terminada la licenciatura de Medicina en Zaragoza en 1873, el mismo año en que se proclamó la I República. Don Justo, empeñado en "encarrilar esa gran cabeza", había obtenido una plaza en la Universidad de Zaragoza, y a la capital aragonesa se trasladó la familia en 1870, comenzando Santiago el primer curso de Medicina. Para entonces ya había dedicado algunas vacaciones, encerrado con su padre en el establo de la casa de Ayerbe con los cadáveres que juntos robaban, al estudio de la anatomía.      

En esta localidad oscense había residido la familia Ramón y Cajal durante diez años, entre los ocho y los dieciocho de edad de Santiago, periodo fundamental por tanto. De hecho él afirmó una vez: "Ayerbe es mi pueblo y Zaragoza mi ciudad". Esos años de formación transcurrieron escolarmente para el joven Santiago entre los Escolapios de Jaca y el Instituto de Huesca, y entre castigos y ayunos impuestos por sus profesores y por su progenitor, quienes todavía no habían aprendido a entenderle. También es verdad que era tanta la curiosidad del muchacho, la inquietud y el afán de hacer cosas que no fue fácil trazar el camino por donde discurriera tanta energía con un cierto equilibrio. Mientras tanto, construyó cañones con los que derrumbó las puertas de la casa de algún incauto vecino, asaltó huertos, resultó descalabrado alguna vez por las piedras cruzadas en las frecuentes peleas con otros muchachos, y fue ayudante de barbería y aprendiz de un zapatero de Ayerbe, llamado Coarasa.      Pero también se aficionó a la gimnasia y sobre todo a la fotografía. Otras inclinaciones desarrollaría el insaciable Ramón y Cajal a lo largo de su vida, como la literatura, el ajedrez o la hipnosis. Cada una de ellas absorbieron su atención en algún momento, pero sólo el dibujo y la fotografía perduraron sin interrupción, siendo un avezado practicante de ambas disciplinas, que además utilizó como herramientas en sus investigaciones científicas. Incluso es posible que sus conocimientos fotográficos condujeran al perfeccionamiento de las tinciones empleadas para sus preparaciones micrográficas. Sus experiencias en este terreno le llevaron a publicar, a juicio de los entendidos, la más importante serie de estudios teóricos realizados por un fotógrafo español, amén de su conocido libro "Fotografía de los colores" (1912) donde demuestra su interés por el método de Lippmann.

El joven Santiago descubre la histología y la micrografía de la mano de Aureliano Maestre de San Juan, cuando se examina con éxito del grado de doctor en Madrid en 1877. Fue un hecho determinante; tiene veinticinco años y con los ahorros de Cuba compra un microscopio y un micrótomo y monta un laboratorio en su propia casa, decidido ya a orientar su carrera a la investigación, aunque de momento deba posponer el trabajo debido a que su mala salud, consecuencia de su estancia en Cuba, le obliga a reposar una temporada en el Balneario de Panticosa y en San Juan de la Peña, durante la cual se dedicara especialmente a la fotografía y el dibujo.

De nuevo en Zaragoza, obtiene la plaza de director de los Museos de Anatomía de Zaragoza y, ya con ese respaldo económico, puede casarse en 1879, a pesar de la oposición paterna, con Silveria Fañanás, que le acompañara fielmente y en silencio siempre y con la que tendrá siete hijos: Fe, Santiago, Enriqueta, Paula, Jorge, Pilar y Luis. Enriqueta morirá a la edad de siete años, en Barcelona, cuando Cajal anda inmerso y obsesionado con el estudio del sistema nervioso central. Su segundo hijo, Santiago, murió en 1912, con veintinueve años. Fueron dos durísimos golpes que sólo su dedicación absoluta al trabajo le ayudó a superar.           

En Zaragoza, el matrimonio se instala en la calle del Hospital, actualmente llamada Ramón y Cajal. Allí el sabio da lecciones de anatomía e histología y también prepara con denuedo oposiciones a cátedras de Universidad. Ya lo había intentado antes de casarse para Zaragoza y Granada, sin conseguirlo. Esta vez gana una cátedra en Valencia, a la que se incorpora en diciembre de 1883            Los biógrafos de Cajal coinciden en señalar como un tanto extraño su período valenciano. El investigador pierde terreno ante el hombre de mundo curioso que se deja fascinar por el ajedrez, el hipnotismo, las tertulias, los viajes y la literatura. En esta época abundan los escritos del "Dr. Bacteria", seudónimo con el que firmaba sus artículos de índole "filosófico-científica y las críticas joco-serias", y que ya había comenzado a escribir en Zaragoza. Son célebres también entonces las sesiones de hipnosis que practica en un gabinete montado al efecto y que llegó a tener una importante clientela. A este respecto, años más tarde ya instalado en Barcelona, Cajal describió en un artículo el parto de su sexto hijo, que se produjo sin dolor para la madre sometida a hipnosis.             

De todas formas, estas dedicaciones no impideron a Cajal trabajar con denuedo en la investigación de la vacuna contra el cólera, que se declaró en tierras valencias y llegó a Aragón. La Diputación de Zaragoza encargó a Ramón y Cajal un estudio sobre la vacuna anticólerica que el científico de Tortosa, Ferrán, difundía como prevención al terrible mal. Cajal, después de mucho estudio, no tuvo clara la efectividad de un preparado que no era sino un caldo de cultivo de bacilos vivos, a pesar de reconocer su mérito científico. Encerrado en la torre familiar de las Canales, en San Juan de Mozarrifar, en los aledaños de Zaragoza, Cajal hizo diferentes pruebas, hasta concluir que era menos peligroso y más efectivo la inoculación con bacilos muertos. Ramón y Cajal llegó de esta manera el primero al descubrimiento de la vacuna química. La polémica no buscada con Ferrán fue sonada en los círculos científicos del país y duró años.             

1887 y 1888 fueron cruciales en la carrera de Cajal como investigador. En noviembre de 1887 obtiene la cátedra de Histología y Anatomía Patológica de la Universidad de Barcelona. Un poco antes, durante un viaje a Madrid, el profesor Simarro le da a conocer el método Golgi para la tinción de las células nerviosas, gracias a lo cual se decide a abordar definitivamente el estudio del sistema nervioso, lo que hará ya durante toda su vida sin descanso, y cada vez avanzando técnica y teóricamente en sus métodos y deducciones. En 1888 la familia se traslada a Barcelona, donde permanecerán cuatro años, hasta que en 1892 Santiago Ramón y Cajal gana una cátedra en la Universidad de Madrid, ocupando la vacante que dejaba el fallecimiento de Maestre de San Juan, a quien debía su dedicación a la Histología. En esta época su ritmo de trabajo es tan intenso que ya el mismo año de 1888 consigue las preparaciones micrográficas revolucionarias que demuestran la independencia de las células nerviosas y la relación de contigüidad - y no de continuidad - que se establece entre ellas. Entre ese año y el siguiente, 1889, Cajal publica veintiuna monografías y un manual - "Histología normal y técnica micrográfica"- con el que siente las bases de la histología del sistema nervioso aun hasta nuestros días. El reconocimiento internacional se produce ese mismo año de 1889, cuando en el Congreso Internacional de Anatomía de Berlín da a conocer Cajal sus descubrimientos, y aunque no consigue unanimidad al respecto, sí cuenta ya para siempre con la anuencia y la amistad de científicos de la categoría de Kölliker, tenido por la comunidad científica como maestro mundial de la Histología. A partir de este momento, los premios y los honores tanto de índole nacional como internacional se suceden ininterrumpidamente hasta el final de su vida, alcanzando el momento cumbre si acaso con la concesión del Premio Nobel en 1906.             

 Entre 1887 y 1903, Ramón y Cajal estudió exhaustivamente el sistema nervioso central, describiéndolo por completo y clasificando los distintos tipos de neuronas y demostrando la forma en que se hallan interconectadas. Fruto de este denodado esfuerzo fue la publicación entre 1899 y 1904 de su obra cumbre: "Textura del sistema nervioso del hombre y los vertebrados", que los neurólogos siguen citando constantemente todavía y que es considerado el libro científico español más importante escrito hasta la fecha, equiparable al "Diálogo" de Galileo o al "Origen de las Especies" de Darwin. La culminación de esta obra fue una de las grandes satisfacciones profesionales de Cajal en un año en que hubo de afrontar el fallecimiento de su padre, con quien había mantenido una relación tormentosa, aunque inquebrantable, y a quien mucho debía en su vida, a juicio del propio Ramón y Cajal.           

Posteriormente Cajal avanzaría inexorablemente en sus trabajos, perfeccionando los métodos de impregnación de los tejidos, sucesivamente sobre la base de nitrato de plata reducido - según invención propia, y gracias seguramente a su afición a la fotografía-, de nitrato de urano y de sublimado-oro, y logrando decisivos descubrimientos sobre la degeneración y regeneración del sistema nervioso, así como sobre la estructura de la retina y los centros ópticos de los invertebrados, que plasmó en numerosísimos estudios hasta su muerte.           

 Pero si Ramón y Cajal adquiere un indiscutido predicamento entre la comunidad científica internacional, no es menor su influencia social en la España del momento, sobre todo a raíz de la concesión del Nobel, convirtiéndose en un modelo para la práctica de la ciencia en nuestro país, (víctima como es sabido de un ancestral atraso al respecto), y alcanzando una notable influencia en cuanto a sus ideas acerca de la educación y de reforma social. Las inquietudes sociales de Santiago Ramón y Cajal ya se manifiestan en su juventud, cuando a juicio de su hermano Pedro fue "un tanto revolucionario", y cuando con tan sólo veinticinco años ingresa, según algunos de sus biógrafos, en la Logia masónica de los Caballeros de la Noche, de la obediencia del Grande Oriente Lusitano Unido, que se instaló en zonas aragonesas entre 1869 y 1886.Cajal participará del espíritu regeneracionista que se apodera de los intelectuales españoles a raíz del desastre de 1898, publicando algún que otro artículo en este sentido. Esta inquietud por el futuro del país le lleva años más tarde, tras la caída de la Dictadura de Primo de Rivera, a apoyar públicamente la Agrupación al Servicio de la República. Pero las preocupaciones sociales de Santiago Ramón y Cajal se plasmarán no obstante sobre todo en su obsesión por la educación y la formación de las jóvenes generaciones. Cuando en 1907 se crea la Junta para la Ampliación de Estudios,Cajal acepta presidirla, aun cuando no era nada partidario de ocupar cargos públicos muy comprometidos. De hecho, había rehusado, como dijimos, el ministerio de Instrucción Pública el año anterior, aunque ya en 1900 había sido nombrado consejero de Instrucción Pública.            

Cajal parece disfrutar en sus escritos dando consejos a los jóvenes estudiantes e investigadores, procurando guiarles de la manera que nadie había hecho con él, y en una línea conceptual próxima a los postulados de la Institución Libre de Enseñanza. Por eso se entusiasma con el proyecto de la Residencia de Estudiantes, en la que llega a crear un Laboratorio de Histopatología del Sistema Nervioso. Por eso acepta las presidencias sucesivas del Instituto Nacional de Higiene Alfonso XII (1900), y del Centro de Investigaciones Biológicas (1920), donde no sólo investiga sino que sobre todo, y a la par que en la Universidad, forma a un nutrido y sobresaliente grupo de seguidores y discípulos, entre los que cabe citar a su propio hermano Ramón, a Jorge Francisco Tello, Rafael Lorente de No y Galo Leoz (todos ellos también aragoneses), Fernando de Castro, Nicolás Achúcaro o Pio del Rio Hortega           

Santiago Ramón y Cajal fue inusitadamente un científico popular. A su funeral, celebrado en Madrid, acudieron más de quinientas mil personas según algunas fuentes. En cualquier caso fue un sepelio multitudinario. Cajal murió el 17 de octubre de 1934. Junto a la noticia de su fallecimiento, los periódicos incluyen también la de la sublevación de Asturias. Afortunadamente, no llegó a presenciar la contienda civil entre los españoles. Los últimos años de la vida del científico lo fueron de paulatino sosiego. De sus obligaciones académicas en la Universidad se había jubilado en 1922, concentrándose en su labor en el Centro de Investigaciones Biológicas, que tras su muerte pasó a llamarse Instituto Cajal. En 1930 había fallecido su mujer Silveria. Cajal sigue trabajando aún hasta 1932, cuando ya dimite como director del Instituto y como Presidente de la Junta para la Ampliación de Estudios. Igual que permaneció activo hasta el último momento de una forma u otra, y aun con menor intensidad, en sus labores de investigación, fue fiel a su afición a la fotografía, que siguió practicando en su estudio, y también a la escritura. Poco antes de su muerte había publicado "El mundo visto a los ochenta años", una especie de legado general de un hombre sabio, que en vísperas de su despedida de la vida recordaba con fervor sus primeros años en tierras del Altoaragon, en Larrés, en Luna, en Valpalmas, en Ayerbe.  

Baladas heavy

Baladas heavy

Entre la música que más veces escuchamos estos últimos días anda un disco que por momentos me gusta más: "Gold Ballads" de Scorpions. Yo conocía alguna canción de las que incluye este disco, pero la verdad es que casi todas están a gran altura. No sé por qué muchas de las más bellas baladas de la música del siglo XX han salido de la inspiración musical de grupos de heavy metal como éste de Scorpions, germanos ellos.  Y yo tengo que reconocer que, sin menoscabar algunas canciones de puro heavy metal que son sencillamente geniales ("Smoke on the water, Depp Purple, sin ir más lejos, por ejemplo), siempre me ha gustado más la vertiente meláncolica de estos grupos. Porque hay que reconocer que las baladas heavy son de las más meláncolicas baladas que en el universo musical han sido. Siempre mantendré en la memoria azul de la adolescencia las interminables tardes tormentosas escuchando "Stairway to heaven" de The Zeppelin; entonces me parecía la canción más desgarradora que había oído nunca, aunque es cierto que la letra y la música parecen describir un viaje con "Lsd" o cualquier otra sustancia similar. No importa, es magnífica y es portadora de un verso estremecedor :  "Our shadows taller than our soul" ("Nuestras sombras más altas que nuestra alma").

* La imagen es la de la portada del disco "Gold Ballads" de Scorpions.

 

La bofetada de Glenn Ford

La bofetada de Glenn Ford

Como ya he visto, oído o leído en el día de hoy varios merecidos homenajes a Glenn Ford, fallecido ayer a los 90 años, sólo quería pensar en voz alta que no deja de resultar curioso y azaroso que, entre las miles de imágenes conservadas del actor y sus más de doscientas películas, aquello que todos guardamos sin duda en la retina y la que le lanzó realmente al estrellato, fue esa escena de la bofetada a Gilda, en la que a él, en ese mismo momento,  ni se le ve la cara.

Días de playa y horas - y 4 / Una lectura del "Pintor de batallas"

Días de playa y horas -  y 4 / Una lectura del "Pintor de batallas"

           “El pintor de batallas” es un libro terrible. Es un libro-espejo, un libro que contiene la historia de la Historia, las historias irredimibles que han generado la irredimible Historia.

 

            Habrá lectores que pulularán con ojos muy abiertos sobre la urdimbre del comportamiento de los profesionales de la información en las guerras, en las situaciones extremas en las que los hombres sólo pueden ser encarnadura y ácido. Y esta novela de Arturo Pérez Reverte incluye entre sus lecturas ésta de la reflexión sobre la “ética” del fotógrafo de guerra, robador de almas y cuerpos atormentados, sacrílego al fin y al cabo, aun siendo, como es, necesario emisario, expuesto él mismo a ser profanado y anatemizado por todos.

 

            Pero no creo esta vertiente la fundamental de la novela. La historia del fotógrafo de guerra, reconvertido en pintor para alumbrar la batalla que explique todas las batallas y sus causas últimas, y su encuentro con el soldado a quien en una fotografía le fue robada el alma y la vida son la cimentación de una larga, seria, incisiva, descarnada y arriesgada pregunta sobre la generación del “mal” y del dolor en la naturaleza, por tanto entre los hombres.

 

            Muchos libros y muchas palabras ha habido sobre este tema-vida a lo largo del tiempo de la historia. La novela de Pérez Reverte aporta su absoluta contemporaneidad a la forma de interrogar sobre este asunto. Su carencia de respuestas reales. Su descarnado reconocimiento de que es el hombre con su inteligencia el que, no sólo no evita ni procura paliar ese dolor que se integra en el devenir natural del planeta, sino que contribuye superlativamente a él precisamente utilizando en ello su inteligencia.

 

Es ésta una reducción al absurdo del comportamiento humano. Pero es un comportamiento real. El arte de la pintura, con su geometría, su perspectiva, podía antaño maquillar este universo cruel. Pero no lo hace la fotografía en su instantaneidad y proximidad al acontecimiento exacto. La fotografía no puede explicar causas por tanto, parece reflexionar el autor. El pintor de batallas retorna a la geometría para encontrar esas explicaciones. Pero la geometría es también una trampa. El efecto mariposa incluye su geometría. El azar y el caos contribuyen a amplificar los efectos de la acción de la inteligencia humana, y también obedece a una críptica geometría.

 

Aunque lo parezca en la superficie no es ésta una novela distinta a las escritas anteriormente por Pérez Reverte. Como bien él mismo ha dicho, es la novela que explica todas las anteriores. Lo que ocurre es que ésta vez no hay circunloquios, no hay adornos, no hay ni un solo paño caliente. No sé si es la mejor, como ha dicho algún crítico; tampoco las he leído todas. Pero seguramente sea la que apuesta más fuerte. Pérez Reverte ha trabajado en ella sin red.

 

            “El pintor de batallas” es un libro terrible. Su lectura no deja respirar. Porque si todo obedeciera a la razón natural habría quizás alguna escapatoria. Pero si la inteligencia humana se inserta en el ápice de esa ley natural y los resultados de todo ello son los que son, no hay sentido posible más que el que es: caos, dolor, muerte. 

 

            Al final del libro no hay grito, no hay exabrupto, sino un inmenso y último silencio.

* La imagen representa la escena del "Sueño de Constantino", fresco de Piero della Francesca, en la Basílica de San Francisco, en Arezzo (Toscana, Italia) (1466)

Artigrama nº 20

Artigrama nº 20

Desde hace años el Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Zaragoza edita la revista Artigrama. El último número fue presentado a finales de junio y recoge una serie de artículos monográficos sobre el patrimonio aragonés disperso. Como es bien sabido, es éste un tema de rigurosa y continuada actualidad, debido al conflicto mantenido entre las diócesis de Barbastro-Monzón y la de Lérida, y que en Artigrama se enfoca con rigor y objetividad, más en términos de historia y de labor investigadora que de conflicto religioso y/o político. Precisamente uno de los artículos, firmado por Carmen Berlabé, conservadora del Museo Diócesano y Comarcal de Lérida, que cuenta las vicisitudes de la fundación y formación de este museo, así como la situación que se produce a raíz del decreto de segregación de las parroquias aragonesas. Carmen Berlabé hace un análisis de los bienes afectados por este decreto que residen todavía en el Museo Diocesano de Lérida.

Pero la dispersión del patrimonio histórico-artístico aragonés afecta y alcanza a muchos más bienes que éstos de La Franja y de ello se habla, desde el punto de vista de la investigación en historia del arte, en el resto de artículos de este monográfico: el patrimonio presente en diversos museos, por ejemplo, como el de Sitges, el Lázaro Galdiano, o el Arqueológico Nacional. Hay también un completo y bien construido artículo sobre el patrimonio disperso y desaparecido del monasterio de San Juan de la Peña en la primera mitad del siglo XIX, firmado por Natalia Juan García.

El número 20 de Artigrama se completa con una serie de artículos reunidos bajo el epígrafe habitual de Varia. Algunos títulos son así de sugerentes: "Secretos del Arte Efímero: dos dibujos inéditos de Sebastiano Cipriani en Zaragoza" de Adelaida Allo; "Mujeres, arpas y libros: herencias de la pintura moderna en los fotograbados de Los Salones de Madrid" por Carmen Abad-Zaradoya; "Pintura y espectáculos musicales" firmado por Manuel García-Guatas; "Del Tubo a Puerta Cinegia en Zaragoza. Evolución urbanística del sector en época contemporánea" por Isabel Yeste.

Hay también una serie de trabajos sobre cine que merecen buena lectura: "Reconstruyendo la memoria histórica en la pantalla. La presencia de lo religioso en el franquismo a través de la obra documental de Basilio Martín Patino en los años setenta: Canciones para después de una guerra (1971), Querídisimos verdugos (1973) y Caudillo (1975)", que firma Fernando Sanz, o, entre otros, "Realidad y paranoia en Tierra de Abundancias de Wim Wenders", de José Enrique Mora, que analiza como la tecnología digital está cambiando los procesos creativos e industriales del cine, incluso las características de los propios géneros cinematográficos.

* La imagen corresponde a la portada de la revista y es la reproducción de una acuarela sobe papel: La que retorna los bienes (O la fuerza de la razón) 2006, de Lina Vila. La acuarela no se ve entera en la imagen, porque en realidad recorre portada y contraportada.

La Regenta (encuentros y desencuentros novelescos)

La Regenta (encuentros y desencuentros novelescos)

Encuentros y desencuentros novelescos son los que vivimos ciertamente a veces con determinadas personas. Pero yo he tenido, supongo que como muchos, auténticos y muy sufridos desencuentros y/o encuentros con algunos libros, que no se me han olvidado. Quizás el más sonoro, y que cuando se produjo causó estupefacción entre mis amigos, aficionados como yo a la literatura, fue mi originario desencuentro con La Regenta.

Hoy (no sé si hojeando u ojeando) las páginas de la biblioteca Cervantes Virtual he recalado en la edición digitalizada de la edición (perdón) de La Regenta de 1900, que tiene un prólogo fantástico de Benito Pérez Galdós. Dos de mis devociones literarias están así juntas, a mi alcance, en este bendito mundo virtual en el que ahora nos movemos (deben de quedar tan  pocos ejemplares, supongo, que si no fuera por este bendito/maldito universo de Internet posiblemente nunca me hubiera tropezado con uno). Y aunque no es lo mismo, no, que tener el libro entre las manos y acarciar los relieves de los tipos, y oler las páginas, y colocarlo con amor en un estante de la librería, es con todo una satisfacción poder tener conocimiento aquella vieja edición.

Pero entre mi primer aborrecimiento por La Regenta y esta actual devoción hubo "una caída del caballo" que recuerdo perfectamente. La primera vez que intenté leer la novela tenía unos 17 o 18 años. No sé qué me pasó. Clarín, lo reconozco, me pareció un petulante insufrible (lo siento, lo siento). Pero, como otras veces, ha ocurrido, tuve una intuición. No podía ser, no podía ser. Y dejé el libro en una estantería que había colgada en la pared, encima de mi mesa de estudio, siempre cercano a mi brazo extendido. Tarde prácticamente dos años en volver a abrirlo (qué barbaridad). Era un mes de agosto como éste, o parecido. Yo andaba bastante sola por la ciudad, porque era agosto. Y una tarde, lo vi -estas cosas pasan-, vi el libro por dentro. Recordé el principio de la novela, la cogí, y volví a comenzarla y me enamoré: del lenguaje, de la descripción angustiosa de los ambientes sociales de Vetusta, del personaje de Ana Ozores, pero sobre todo del desgarramiento interior tan abismal del Magistral Fermín, al que admiraba por sentir lo que no debía y al que odiaba por ser un ruin cobarde. El Magistral es sin duda un personaje dotado de una complejidad psicológica pocas veces igualada. Hoy, no obstante, la lectura de la novela habría de ser otra, sin duda alguna, pero nunca ya he dudado de ella.

Eso es lo que tienen de bueno los libros. Con las personas es más dificil a menudo reconducir las situaciones mal entendidas en un principio. Tenemos más memoria y somos más reconrosos. Los libros siempre están disponibles.

Y todo ésto viene de alguna manera a cuento del comienzo del prólogo de Galdós para la edición de La Regenta: "Creo que fue Wieland quien dijo que los pensamientos de los hombres valen más que sus acciones y las buenas novelas más que el género humano. Podrá esto no ser verdad; pero es hermoso y consolador". Para mi no es un consuelo, pero a veces es un bálsamo.

* La imagen de Aitana Sánchez Gijon en el papel de Ana Ozores viene desde las páginas de la Universidad de Oklahoma (faculty-staff.on.edu)

El Adagio de Marcello (Alessandro)

El Adagio de Marcello (Alessandro)

Hace bastantes, bastantes años vimos, no recuerdo en qué cine,  la pelicula "Anónimo Veneciano". Es una película meláncolica, pero optimista, que ya tenía unos años cuando estuvimos viéndola. Narra el reencuentro de una pareja rota, durante el transcurso de un día en Venecia. Son como tres adioses superpuestos. El lento adiós a la Venecia gastada y apenas sobreviviente entre la marabunta del turismo. El adiós que el protagonista, un músico especialista en oboe, vive por sí mismo, puesto que sufre una enfermedad que le ha condenado a una muerte próxima. Y la despedida que rememora la pareja y que vuelve a vivir, ahora de forma definitiva. La nostalgia de lo que vivieron les lleva a recuperar brevemente su amor, que ahora sí que ya no tiene esperanza. Pero es una película optimista, porque el protagonista encuentra razones para enfrentarse al tiempo que tiene por delante y la tarea de realizar el sueño que siempre había tenido: dirigir la orquesta de La Fenice.

Sé que ahora han editado la película en dvd. Pero no la he vuelto a ver. Recuerdo sobre todo atmósferas, emociones, pinchazos de dolor. Ahora todas estas cosas las entiendo mejor. Pero hace años me podían parecer enloquecedoras. Y también recuerdo muy especialmente la banda sonora. Sobre todo, claro, el Adagio del Concierto para oboé en re menor de Alessandro Marcello, muy difundido a raíz de la pelicula. Lo curioso es que pasamos años intentando encontrar discos de los hermanos Marcello. Ahora son bastante habituales. Pero no me lo pareció en aquel momento. Quizás buscábamos mal. Aunque esta búsqueda incluso resultó infructuosa en la mísmisima Londres, donde yo creía que se podía encontrar absolutamente todo lo que uno quisiera encontrar. Al cabo de un tiempo, un día entré en la tienda-quiosco que frecuento desde hace años (me encantan los quioscos de periódicos y demás, y siguen gustándome ahora todavía, a pesar de la cantidad de mercachiflería que ofrecen). Miraba entre las variadas colecciones que ya empezaban a aparecer y en una de música que editaba Ediciones del Prado, recuperando discos del sello RCA Victor, me encontré una selección de conciertos barrrocos entre los cuales se hallaba el de Alessandro Marcello. Llegué a casa envuelta en una nube de magia, muy contenta, muy agradecida a la casualidad, porque además yo quería haber hecho este regalo desde hacía tantos años como habían transcurrido desde que vimos la película.

He seguido muy agradecida luego a la casualidad, porque a partir de entonces empecé a ver discos de Alessandro y de Benedetto Marcello con mucha más asiduidad y facilidad, algunos de los cuales inevitablemente he comprado periódicamente.

* Creo que resultan especialmente evocadoras las sonatas de Benedetto Marcello y son bellísimos los conciertos de Alessandro Marcello reunidos bajo el epígrafe de La Cetra.

El concierto de Chucho Valdés (el grande)

El concierto de Chucho Valdés (el grande)

El viernes por la noche fuimos con unos amigos al concierto que Chucho Valdés ofreció en el patio del Centro de Historia de Zaragoza. Chucho Valdés, el grande. Creo que el patio del Centro de Historia es un lugar de querencia para el cierzo, que parece siempre arremolinarse en él con insistencia. Quiero decir que hacía fresco –después de tantos días de sofocación incensante-. Pero todo el mundo aguantó entusiasmado hasta el final, incluido el superlativo bis con el que los músicos del cuarteto de Chucho Valdés nos obsequiaron.

El hijo de Bebo Valdés es grande, ciertamente. Físicamente es grande. Artísticamente, creativamente, mucho más. Es un consumadísimo pianista de jazz – de hecho ha sido considerado entre los cinco mejores pianistas jazzisticos del mundo – y un acertadísimo director de músicos. Era una delicia verle marcar los tiempos y las entradas y los cambios de ritmo a sus músicos, retarles, animarles a superarle. Cada instrumento –la fastuosa batería, el lujo de unas kongas a las que no creo que se les pueda sacar más partido, el equilibrado bajo- estaban en su sitio, resaltando cuando debían y encumbrando al piano de Chucho Valdés cuando así les correspondía.

El registro interpretativo de Chucho Valdés parece además extensísimo, como así lo acredita, por otro lado, su discografía. Dueño de una fértil sabiduría que combina la interpretación detallista con la improvisación original, las piezas que interpretó el cuartero que él encabeza resultaron tan deliciosas como inteligentes, animadas muchas veces por la alegría y por la melancolía de los ritmos afros.

En fin, que disfrutamos como enanos y que, a pesar del catarro de algunos y los malestares de otros, e incluso de la espontánea portadora de una bandera cubana que no paró de atronar con sus gritos durante todo el concieto, fue una noche para recordar durante mucho, mucho tiempo.

 * Chucho Valdés tiene una página oficial muy bien construida y muy cálida, llena de evocadoras fotos, videos, en la que se cuenta su biografía, su discografía y en la que se reproducen algunas piezas musicales. Muy recomendable.

FotoPoemas de Fernando Sarría y Malatorre

FotoPoemas de Fernando Sarría y Malatorre

Desde hace un tiempo, el blog poético de Fernando Sarría viene mostrando una serie titulada FotoPoemas, construidos gracias a la colaboración entre el fotógrafo Miguel Angel Latorre (Malatorre) y él mismo. La generación de mixturas artísticas tiene tan larga tradición que ya es una forma clásica de abordar la realidad y transformarla en un discurso estético y reflexivo. La ventaja de las propuestas artísticas conjuntas es que el espectador cuenta con dos formas diferentes, con sus distintas técnicas lógicamente, complementarias o no, desde los que realizar su propia lectura. Y eso sin duda le proporciona más y mejores instrumentos.  Cuando la aportación de materiales y técnicas de disciplinas artísticas distintas proviene además de dos autores diferentes, el territorio que se le abre al espectador aumenta su amplitud y también su profundidad de sensaciones y de reflexiones.

 

En este caso de los FotoPoemas de Malatorre y Fernando Sarría asistimos a una experimentación que va alcanzado cada vez más pie y se va asentado en un ámbito que entre ambos van generando  paulatinamente. Son, como ellos mismos han definido “el ojo silencioso y la palabra ciega”, que se proponen uno a otro, mutuamente, como campo de  trabajo y de experimentación. El resultado alcanza a menudo una dimensión poética (generadora de una realidad diferente a la primitiva realidad de la que se parte) fuera de toda duda, y que además aporta líneas de belleza que conmueven inevitablemente, porque inquieren sobre los temas esenciales, porque interrogan intensamente sobre las cuestiones más perentorias de la condición del hombre, sin rodeos.

 

 Esta colaboración – ni ciega ni muda- había comenzado ya anteriormente y puede verse en los libros electrónicos que cuelgan de la galería fotográfica digital de Malatorre: Venus, Agua parada y Palabras para el amor. Lo próximo  que va a llegar al blog de Fernando Sarría es una serie de estos FotoPoemas de tema marino.

* Tomo prestada la fotogafía de Malatorre desde el blog de Fernando Sarría (y así la hago un poco propia y añadimos otro nuevo signficado)

Epidemia silenciosa

El compositor Andrés Valero Castells ha escrito una sinfonía titulada “Epidemia silenciosa”. Lo cuentan estos días algunos medios de comunicación. Y, si no fuera porque conozco de cerca la sombra mala de esa epidemia, seguro que no me hubiera fijado tanto en la noticia. Por eso quiero volver a contarlo aquí.  Pego la información aparecida en El País, que puede leerse igualmente en su sitio on line original:

 "Nunca he llorado de forma tan desesperada como cuando me di cuenta del alcance de la situación". Andrés Valero Castells encajó como un "golpe tremendo" el diagnóstico de Alzheimer de su madre. No sólo por saber que se enfrentaba a esta enfermedad, sino por "la impotencia y la rabia de que no había nada que hacer". Esto fue hace 11 años, cuando Amparo tenía 49 y Andrés, 22. Ahora, casado y con dos hijos, este compositor ha convertido aquellas lágrimas en notas. Mientras su madre se encuentra en estado vegetativo "soportando una fase terminal que parece no acabar nunca", Valero Castell presentó el viernes en el Palau de la Música de Valencia su tercera sinfonía, Epidemia silenciosa, una composición de media hora de duración dedicada a la enfermedad de Alzheimer que le encargó la Jove Orquestra de la Generalitat valenciana.

Su caso es, en esencia, el mismo que el de las aproximadamente 600.000 personas con Alzheimer en España, a los que algunos estudios suman otros 200.000 sin diagnosticar. El padre del músico, transportista, tuvo que abandonar su trabajo para dedicarse íntegramente al cuidado de su mujer, quien cada vez se parecía menos a la persona que fue. La enfermedad ha ido quemando etapas inexorablemente en un proceso que puede durar más de 15 años. Pérdida de memoria, de fluidez en el lenguaje, desorientación, periodos de ansiedad, agresividad, depresión, hasta que el paciente es incapaz de reconocerse, de alimentarse y de controlar sus esfínteres. Mientras tanto, la vida familiar da un vuelco y su cuidador, generalmente su pareja o hijos, reduce su vida a una única actividad: cuidar las 24 horas del paciente. "Se trata de una cuestión vital que te agobia, te asfixia, sobre la que reflexionas constantemente, que tienes en casa todos los días", afirma Andrés Valero.

La idea de componer algo relacionado con todo ello no brotó de inmediato. "Al principio la impotencia me paralizaba", recuerda. Tampoco tiene una fecha determinada. Fue surgiendo. "Reflexioné mucho sobre la vida, la muerte, la capacidad humana de pensar, reflexionar, los lazos familiares entre una madre y su hijo...". Incluso sobre la eutanasia. "Yo heredé de mi madre la capacidad de lucha, pero aquí no hay donde agarrarse", asegura. "Desde mi punto de vista, la muerte controlada sería un gran favor".

Poco a poco, Valero encontró fuerzas. "La forma con la que mejor me expreso son los sonidos, por eso me decidí a escribir, porque la pasión de mi madre eran sus hijos y la música; siento que se lo debo y se lo merece". La idea ya estaba lo suficientemente madura cuando llegó el encargo para la Jove Orquestra, de la que es compositor residente, y cuando propuso el tema no hubo problema. "Escribir esta obra no ha hecho nada contra la amarga mezcla de resignación y rabia que va por dentro, pero me ha permitido revivir intensamente innumerables buenos momentos", afirma.

La sinfonía está dividida en cuatro movimientos. El primero, el más desgarrado, plantea la cuestión. Es la parte más dura y más disonante, quizá la más compleja, pese a que la obra es "muy asequible", según el autor. La segunda está planteada como una visita al cerebro humano en la que se representan con armonía las conexiones neuronales en normal funcionamiento y los efectos que tienen las placas amiloides y los ovillos que desencadenan la enfermedad. La tercera parte es la más amable: "Un emocionado recuerdo de cómo eran las cosas". Incluye las melodías que su madre apreciaba más, como el adagio de Benedetto Marcello y el primer tema de las czardas de Vincenzo Monti. La memoria lejana es la última que se pierde, y Valero está seguro de que en ese último reducto, las últimas notas que sonaron en el cerebro de su madre fueron las de estas dos piezas. "Las he tratado de forma superpuesta y sonadas con un oboe, una trompeta, un fiscorno y un piano", los instrumentos que tocan sus hijos, su marido y el que tocaba su padre. El tramo final es una referencia a la muerte. La obra está dedicada a su madre, pero también a sus cuidadores, a quienes rinde homenaje por sus esfuerzos y su dedicación. Como su padre. "Hace varios años que ya no sufro por mi madre, sino por él", asegura el compositor"  (El Pais, ediión diigital del 31 de julio de 2006)

¡Santa Mandra del migdia!

¡Santa Mandra del migdia!

Desde que se publicó Mô, el disco-vida de Joan Manuel Serrat que lleva por nombre el de la capital de la isla de Menorca – todo un mensaje-, me ha acompañado casi a todas partes. Lo llevo en el bolso al trabajo, en el coche, está en mi reproductor de mp3 como un pensamiento pegado a mi oreja, y me asalta fragmentariamente de pronto en casi cualquier circunstancia, sin importarle lo que esté haciendo ni con quién esté.

 

“Blanca de calç, mirant al nord,/ sol matitiner li encén el rostre / i Mô s´enfila des del port / pels antics camins de ses costes”. Y ya está. La magia nace en acordes que encierran el Mediterráneo, con su luz estallante y sus melancolías viajeras. Como siempre la galería de personajes de Serrat es próxima y carnal y cuando alguno de ellos evoluciona de verso en verso, de nota en nota, es como si lo hiciera nuestro primo, nuestro amigo de siempre, de más que desde siempre, o nosotros mismos, siempre que seamos generosos amantes y buena gente y un poco socarrones.

 

Cuántas secuencias y cuantos tiempos que son enteramente también nuestros. Como  la fiesta del azahar en abril y el desparrame de los sentidos. O el dolor del abandono amoroso en la dura umbría del cemento de la ciudad, a pesar del mar. O la añoranza del amigo ido. O el amante preocupado y protector, vida con vida la suya y la de persona amada. O esa lluvia que irremediablemente cae a veces sobre el corazón … y prou.

 

Y la ¡Santa Mandra del migdia! … qué evocación de cualquier rincón del estío mediterráneo, nuestros ojos y nuestra cabeza entornados, mientras pasan las nubes quemadas por el sol. Como este julio en el que vivimos hoy. Porque aunque la música no tiene tiempo ni estación, evidentemente, este Mô quizás sea más disco de verano, de tiempo lento y sombras pequeñas.

Erik Satie - Honfleur

Erik Satie - Honfleur

La música de Erik Satie me aletea en el estómago. A ratos me corta la respiración y luego me devuelve a la tranquilidad más clara que conozco. Escucho a Satie y Honfleur en mi memoria es como el lugar al que siempre se podría volver si quisiera detenerme un tiempo, si quisiera recuperar un lugar donde se cruzan los vientos y los tiempos.

Estuve en Honfleur, la ciudad natal de Satie y donde se puede visitar su casa (hoy museo) hace dos años. Los días más largos que he podido vivir los he vivido en Normandía, pues el sol no se ponía hasta más allá de las once de la noche. Esos anocheres espectaculares sobre el oceáno Atlántico eran de una belleza tan brutal que casi hacía daño. Esa luz, dignificadora del paisaje y de las arquitecturas, fue la que cautivó a los impresionistas. El puerto de Honfleur sigue siendo un lienzo impresionista.

Por el contrario, la casa-museo del músico Erik Satie es acogedera como una juguetería -¿te acuerdas, Raquel? -. De dimensiones encorvadas hacia adentro, como todas las casas tracionales de la villa -y más aún si eran de pescadores- la casa aparece llena de curiosos artilugios e inventos del músico, tan surrealistas como algunos de sus arpegios, tan dadaístas como muchas de sus notas-suspiros. Mientras la recorríamos, sobrevolaban las paredes las gymnopedies y las gnossiennes. Era como estar dentro un travieso agujero negro en el que nostalgia y alegría anduvieran revueltas y en fusión.

 

(*Además de las varias interpretaciones "clásicas" que existen de la música de Satie, es muy recomendable la versión jazzistica de Jacques Loussier Trio.)